Hoy amanecí en una cama que no es la mía. Aunque quizás, lo importante no tanto es que la cama no me pertenece, sino quien me despertó...
-Despierta, mi amor, se te va a hacer tarde. Yo me voy temprano porque tengo una entrevista. Por cierto, feliz séptimo aniversario. Se te olvidó, ¿verdad?- me dijo.
-No, no se me olvidó, pero ya sabes que cuando recién despierto no sé ni cómo me llamo-, contesté yo, decidiendo que tal era la respuesta más segura, pero sin tener ni la menor idea de cuál aniversario.
O lo que es más, sin estar muy seguro siquiera de saber quién es ese hombre que dice tener siete años conmigo. Un momento, ya sé quién es. Tomamos un curso juntos y trabaja en el mismo lugar que yo, aunque en otra sección que no tiene nada que ver con la mía, en total hemos cruzado quince palabras y tiene novia.
O eso creía yo, porque cuando acabó de vestirse, se acercó, me dio un beso de despedida y dijo:
-Ya párate Conejito, que no creas que por ser coeditor te van a perdonar que llegues tarde. Y no salgas noche, tenemos reservación para cenar-, añadió, dándose la vuelta para irse.
"Que buena nalga", nomás se me ocurrió pensar.
Espera, que importan sus pompis, la cena y si salgo tarde. ¡Coeditor? ¿Eso significa que sigo en el periódico!
-Por cierto, me llevo el carro. Ah, claro, no sabes manejar-, oí su voz desde la puerta de salida.
Mientras me incorporaba finalmente, me dije a mi mismo, "¿después de siete años, sigo sin manejar?", y sin importarme si llegaba un poco tarde a la redacción, me dispuse a dar una vuelta por "mi" casa, que resultó ser en realidad un departamento.
La (¿nuestra?) recámara me pareció muy bonita, la cama en el suelo, sin base, como acostumbro, con sábanas rojas. El suelo de madera, un clóset desordenado. Quizá algunos hábitos nunca cambian.
Saliendo del cuarto, camino al baño, una ventana, adornada con fotos. Poco a poco comencé a darme cuenta que mi vida dio un salto gigantesco y que yo no era del todo consciente. Y me empezó a dar miedo.
En un marco con un Mickey Mouse aparecemos Melina, Él, un niño como de diez años y yo parados frente al castillo de Disneylandia. ¿El Pericles ya tiene diez años?
Otra foto, una panorámica de toda la familia. Una de mis sobrinas favoritas, Kass está abrazando a un güerísimo cargando un niño chiquito.
En otra, estoy con mis amigos en un cumpleaños, seguramente mío porque traigo un pastel en las manos, con Ele embarazada y con Yan con un niño, Viri y Noé con anillos de matrimonio, Rebe y Kike sonriendo, Daf vestida de blanco, porque seguro tuvo turno en el hospital. Vania, Bere y Beatriz platican al fondo.
Y al centro, en un marco plateado, una fotografía de boda. Él y yo. Casándonos.
"Oh por el Gran Gato del Cielo, no son siete años de novios, son siete años de casados", musité, antes de que el miedo se convirtiera en pánico.
Y fue tanto, que me desperté.
-Despierta, mi amor, se te va a hacer tarde. Yo me voy temprano porque tengo una entrevista. Por cierto, feliz séptimo aniversario. Se te olvidó, ¿verdad?- me dijo.
-No, no se me olvidó, pero ya sabes que cuando recién despierto no sé ni cómo me llamo-, contesté yo, decidiendo que tal era la respuesta más segura, pero sin tener ni la menor idea de cuál aniversario.
O lo que es más, sin estar muy seguro siquiera de saber quién es ese hombre que dice tener siete años conmigo. Un momento, ya sé quién es. Tomamos un curso juntos y trabaja en el mismo lugar que yo, aunque en otra sección que no tiene nada que ver con la mía, en total hemos cruzado quince palabras y tiene novia.
O eso creía yo, porque cuando acabó de vestirse, se acercó, me dio un beso de despedida y dijo:
-Ya párate Conejito, que no creas que por ser coeditor te van a perdonar que llegues tarde. Y no salgas noche, tenemos reservación para cenar-, añadió, dándose la vuelta para irse.
"Que buena nalga", nomás se me ocurrió pensar.
Espera, que importan sus pompis, la cena y si salgo tarde. ¡Coeditor? ¿Eso significa que sigo en el periódico!
-Por cierto, me llevo el carro. Ah, claro, no sabes manejar-, oí su voz desde la puerta de salida.
Mientras me incorporaba finalmente, me dije a mi mismo, "¿después de siete años, sigo sin manejar?", y sin importarme si llegaba un poco tarde a la redacción, me dispuse a dar una vuelta por "mi" casa, que resultó ser en realidad un departamento.
La (¿nuestra?) recámara me pareció muy bonita, la cama en el suelo, sin base, como acostumbro, con sábanas rojas. El suelo de madera, un clóset desordenado. Quizá algunos hábitos nunca cambian.
Saliendo del cuarto, camino al baño, una ventana, adornada con fotos. Poco a poco comencé a darme cuenta que mi vida dio un salto gigantesco y que yo no era del todo consciente. Y me empezó a dar miedo.
En un marco con un Mickey Mouse aparecemos Melina, Él, un niño como de diez años y yo parados frente al castillo de Disneylandia. ¿El Pericles ya tiene diez años?
Otra foto, una panorámica de toda la familia. Una de mis sobrinas favoritas, Kass está abrazando a un güerísimo cargando un niño chiquito.
En otra, estoy con mis amigos en un cumpleaños, seguramente mío porque traigo un pastel en las manos, con Ele embarazada y con Yan con un niño, Viri y Noé con anillos de matrimonio, Rebe y Kike sonriendo, Daf vestida de blanco, porque seguro tuvo turno en el hospital. Vania, Bere y Beatriz platican al fondo.
Y al centro, en un marco plateado, una fotografía de boda. Él y yo. Casándonos.
"Oh por el Gran Gato del Cielo, no son siete años de novios, son siete años de casados", musité, antes de que el miedo se convirtiera en pánico.
Y fue tanto, que me desperté.