Nope, no es día del Conejitocisne; es día del maestro (lo es todavía, aunque sólo quede poco del día). Felicidades a mi (y a mis colegas, supongo que también).
La verdad del asunto es que pronto dejaré de dedicarme a ese asunto; o al menos, a hacerlo de tiempo completo.
Por más que disfrute torturando a mis alumnos y decirles lo ineptos que pueden a veces llegar a ser, corretearlos por los pasillos de los hoteles cuando están en estado más que inconveniente, preocuparme por ellos y en general verlos crecer, llegué a un punto en donde tengo también que crecer yo.
Cuando yo era estudiante era el peor. No me concentraba por más de cinco minutos, era grosero, incumplido, altanero y burlón; todo eso lo sigo siendo, la ventaja es que al dar la clase yo, pues se aguantan (yo advierto desde el principio que me burlaré de ellos todo el curso, si se quedan están advertidos, y bajo advertencia que no digan que los engañé). Quizá por eso ahora soy tan barco, por aquello de sentirme en sus zapatos cuando los veo sentados en esas bancas tan feas con una expresión que denota cómo desesperadamente desean estar en otro lugar; hoy que ya estoy en otro lugar, quisiera estar en su posición.
En realidad, voy a extrañar estar tanto tiempo con ellos. La mayor parte, es decir de los que me aprendo sus nombres, suelen dejar impresiones en mi, aunque ellos no se den cuenta. Están a los que adoro, los que me caen bien, los que me hacen reir, los que me preocupan, los que quiero que se vuelvan estrellas, los que sé que serán estrellas. También están los que me caen mal, que alucino, que hablan y quiero pegarles, pero juro que esos son los menos.
Es curioso sin embargo, cuando algunos de ellos dejan el curso y parece que jamás te hubieran visto, los que de plano ni por cortesía elemental te saludan. De algunos no puedes esperar más, no se puede pretender caerle bien a todos; están sin embargo a los que les ayudé personalmente, los que les dediqué tiempo fuera de clase, los que les presté un libro, los que les aliviané en un trabajo porque me lo pidieron y pasan como si yo fuera una pared. Es ahí cuando me doy cuenta de lo difícil que es el ser humano; un segundo te dicen que eres lo máximo, al otro no existes.
Pero todo eso no importa realmente. Importa cuando sabes que hiciste bien tu trabajo, que lograste transmitir algo, que puedes reconocer que no lo sabes todo pero que haces tu mejor esfuerzo para que su clase sea más útil, que en algún punto alguien te escuchó y le sirvió para algo lo que le decías, así fuera para tener un ejemplo de lo que no hay que hacer.
Acabando el semestre acaba esta parte de vida para mí. No puedo decir que voy a dejar de dar clases, porque no lo sé, pero sé que será en circunstancias diferentes. Como digo cada semestre que acaba: espero hayan aprendido algo, sé que yo aprendí mucho.